Jesús en la Última Cena dijo:
«Hagan esto en memoria mía» (Lc 22, 19)
Ahí instituyó el sacerdocio, como sacramento, como signo que continúa su ejercicio sacerdotal.
Un sacerdote es un hombre que le ha entregado su vida a Dios de una manera absoluta, ha escogido un camino de servicio y amor único, y ha recibido la capacidad de administrar la gracia de Dios.
San Pedro al referirse a los sacerdotes nos enseña:
«Apacienten el Rebaño de Dios, que les ha sido confiado; velen por él, no forzada, sino espontáneamente, como lo quiere Dios; no por un interés mezquino, sino con abnegación; no pretendiendo dominar a los que les han sido encomendados, sino siendo de corazón ejemplo para el Rebaño.
Y cuando llegue el Jefe de los pastores, recibirán la corona imperecedera de gloria». (1 Pe 5, 2-4)
Un sacerdote es un pastor de almas, llamado a cuidar a las ovejas que le han sido encomendadas, y debe cumplir esa tarea como lo quiere Dios, es decir, viviendo con total entrega y siendo ejemplo para ellos.
La Iglesia incluso usa la expresión: In persona Christi Capitis, para decir que representa a Cristo, pero como enseñaba sabiamente Benedicto XVI:
«No actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la Persona misma de Cristo resucitado, que se hace presente con su acción realmente eficaz. Actúa realmente y realiza lo que el sacerdote no podría hacer: la consagración del vino y del pan para que sean realmente presencia del Señor, y la absolución de los pecados. El Señor hace presente su propia acción en la persona que realiza estos gestos» (Audiencia 14/4/10)
A veces caen, se equivocan, se enfrían, no dan buen testimonio, pues también son seres humanos, con debilidades y defectos. Pero ¿cuántas veces no han sido de bendición en tu vida?
Recuerda las veces que ese sacerdote dio una homilía que tocó tu corazón,las veces que te ha confesado y has logrado encontrar la paz interior, las veces que te escuchó paciente a pesar que venías con los mismos pecados, o las veces que te animó a no decaer en la fe.
Están ahí para bautizar a nuestros pequeños y abrirles el camino al cielo, para confirmar en la fe a nuestros jóvenes, están ahí para darnos el alimento eterno en la Eucaristía, para sellar el amor de las parejas como signo sacramental, para hacer sentir a Cristo en la agonía o la enfermedad, o para recibirnos caídos y devolvernos la amistad con Dios en la confesión.
Hoy Jueves Santo, es una bella oportunidad de ir a la Eucaristía a dar gracias a Dios por sus vidas, y celebrar la institución del Sacerdocio.