Por Jaime Velázquez
Después de comprender la grandeza del bautismo, sus efectos y como nos convierte en Hijos de Dios, es momento de comprender que la vida cristiana no termina ahí, sino que sigue un proceso lógico de formación espiritual. El bautismo nos hace Hijos de Dios, la Sagrada Eucaristía nos alimenta y da fuerza y este sacramento de la Confirmación, como su nombre lo indica, nos Confirma el compromiso adquirido en el bautismo.
El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de iniciación cristiana, y como la misma palabra lo dice, Confirmación significa afirmar o consolidar (CIC 1285). En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo, se logra un arraigo más profundo a la filiación divina, pues nos une más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra. Por él es capaz de defender su fe y de transmitirla. A partir de la Confirmación nos convertimos en cristianos maduros y podremos llevar una vida cristiana más perfecta, más activa. Es el sacramento de la madurez cristiana y que nos hace capaces de ser testigos de Cristo.
Entrando un poco al tema, es imposible hablar del Sacramento de la Confirmación sin citar el milagro del día de Pentecostés, cuando los apóstoles y discípulos se encontraban reunidos junto a la Santísima Virgen María.
Hechos de los Apóstoles
Cap. 2,1-4
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado, se encontraban tristes porque Cristo ya había ascendido al Cielo. De repente, descendió el Espíritu Santo sobre ellos – quedaron transformados – y a partir de ese momento entendieron todo lo que había sucedido, dejaron de tener miedo, se lanzaron a predicar y a bautizar.
No por menos decimos que el Sacramento de la Confirmación es “nuestro Pentecostés personal”, pues el Espíritu Santo desciende sobre nosotros, nos fortalece, nos llena, nos prepara para salir al mundo a dar testimonio de nuestra Fe, a dar testimonio de vida. La Confirmación nos confiere entonces crecimiento y profundidad a la gracia bautismal:
V Nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir «Abbá, Padre» (Rm 8,15).;
V Nos une más firmemente a Cristo;
V Aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;
V Hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (LG 11);
V Nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz.
El Concilio Vaticano II dice: «por el sacramento de la Confirmación se vinculan los cristianos más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras» (Lumen Gentium, 11)
Como podemos ver, el Sacramento de la Confirmación es una dicha, pero también conlleva una obligación, la obligación de difundir y defender la fe como verdaderos testigos de Cristo.
La Confirmación en la Sagrada Escritura
Para comprender la institución de este Sacramento en la Sagrada Escritura, es necesario comprender sus efectos a través de sus signos visibles. Recordemos que un Sacramento es un signo visible de una realidad invisible y solo mediante la comprensión de estos signos es que comprenderemos los efectos y dones conferidos en la Confirmación.
El signo de la Confirmación es la “unción” y desde la antigüedad se utilizaba el aceite para muchas cosa: para curar heridas, a los gladiadores de les ungía con el fin de fortalecerlos, también era símbolo de abundancia, de plenitud. Además la unción va unida al nombre de “cristiano”, que significa ungido.
Hechos de los Apóstoles
Cap. 10,37-38
Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él.
Como podemos constatar, Cristo es el “ungido” y es mediante esa unción que “se llena de poder del Espíritu Santo” que lo preparó para hacer el bien.
Juan 3
El que Dios envió dice las palabras de Dios, porque Dios le da el Espíritu sin medida.
Y así como Cristo, Nuestro Señor ha sido ungido por el Espíritu Santo, nos comunica esta unción, pues el compromiso del cristiano es dar testimonio de vida, amar como Cristo nos ha amado y en su imitación es que recibimos la plenitud de los dones en la unción.
Hechos de los Apóstoles
Cap. 2,18
Más aún, derramaré mi Espíritu sobre mis servidores y servidoras, y ellos profetizarán.
Y desde el siglo I, como aún hoy en día, el Sacramento es impuesto bajo la imposición de manos del Obispo.
Hechos de los Apóstoles
Cap. 8,14-17
Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.
Y de este párrafo podemos concluir algunos puntos importantes. Primero que nada, podemos constatar que era personas ya bautizadas, por lo que no podemos confundir los Sacramentos. La Sagrada Escritura distingue con especial atención estos dos Sacramentos, los une, pero no lo mezcla ni los confunde.
Otro punto importante es que son San Pedro y San Juan quienes acuden a imponer las manos, no son los presbíteros quienes lo hacen, sino los Obispos, tal cual sucede hoy en día. Y eso es por mandato directo dado a San Pedro:
Lucas 22,32
Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos
Y con esto no queda duda de la autoridad del Obispo, quien es aquel que confirma la Fe de sus hijos, de su grey, en función de su autoridad episcopal, imponiendo las manos y ungiendo con el santo crisma, como signo visible de esa realidad invisible, que es el Pentecostés personal, la venida del Espíritu Santo en la plenitud de sus dones.
La introducción de la unción del santo crisma a la imposición de manos de parte del Obispo posiblemente fue posterior a los apóstoles. Pero es una costumbre que se sigue tanto en Oriente como en Occidente.
Recordemos entonces que la unción con el aceite tiene un simbolismo bíblico muy antiguo y recibe numerosas significaciones, algunas de ellas son:
V Es signo de abundancia
V Es signo de alegría
V Es signo de purificación
V Es signo de curación
V Es signo de preparación para la actividad
V Es signo de belleza, santidad y fuerza
Todos esos significados se ven cumplidos en los Dones del Espíritu Santo, que se perfeccionan con esta Sacramento, pues ya estamos preparados física y espiritualmente para afrontar el compromiso de la Fe.
El Sacramento de la Confirmación en los Padres de la Iglesia
San Cipriano de Cartago fue muy claro a distinguir un “doble Sacramento”, ya que el bautismo confiere vida espiritual, la Confirmación confiere dones para afrontar esa nueva vida. Y así mismo lo explica: “Esto ocurre hoy también entre nosotros. A aquellos que han sido bautizados en la Iglesia se les conduce a los prepósitos de la Iglesia (obispos), y por nuestra oración y nuestra imposición de manos reciben el Espíritu Santo y son consumados por el sello del Señor” (Ep. 73, 9) ; cf. Ep. 74, 5 y 7.
Tertuliano, considera el bautismo como preparación para recibir el Espíritu Santo: “No es que hayamos recibido en el agua al Espíritu Santo, sino que en el agua… nos purificamos y disponemos para recibirlo” (De bapt. 6). También nos dice: “Después se imponen las manos, llamando e invitando al Espíritu Santo por medio de una bendición” («dehinc manus imponitur per benedictionem advocans et invitans Spiritum sanctum»; c. 8)
Y así mismo existen homilías, catequesis y sermones de este Sacramento en personajes como San Cirilo de Jerusalén, San Ambrosio, San Hipólito de Roma, San Jerónimo y San Agustín.
Y es una constante en la enseñanza de los Santos Padres la similitud y analogía entre el desarrollo corporal y el desarrollo espiritual del fiel a través de la vida Sacramental. El hombre nace por medio del bautismo, se alimenta del Pan de Vida y logra la madurez en la Confirmación.
El Sacramento de la Confirmación en los escritos de la Iglesia
Es referencia obligada el Concilio de Elvira, que se celebró a inicios del Siglo IV entre los años de 300 y 306, incluso algunos lo datan hasta el año 324. Su composición es principalmente disciplinaria e instructiva. Sin embargo, en dos de sus cánones mencionan reglas específicas con respecto al Sacramento de la Confirmación. Los cuales cito a continuación:
CONClLlO DE ELVlRA
Del bautismo y confirmación
Can. 38. En caso de navegación a un lugar lejano o si no hubiere cerca una Iglesia, el fiel que conserva íntegro el bautismo y no es bígamo, puede bautizar a un catecúmeno en necesidad de enfermedad, de modo que, si sobreviviere, lo conduzca al obispo, a fin de que por la imposición de sus manos pueda ser perfeccionado.
Can. 77. Si algún diácono que rige al pueblo sin obispo o presbítero, bautizare a algunos, el obispo deberá perfeccionarlos por medio de la bendición; y si salieran antes de este mundo, bajo la fe en que cada uno creyó, podrá ser uno de los justos.
Un siglo después, el papa San Inocencio I, en su carta #25 “Si instituta eclesiástica” a Decencio, obispo de Gobbio, con fecha 19 de marzo de 416 confirma lo ya enseñado por los apóstoles:
(3) Acerca de la confirmación de los niños, es evidente que no puede hacerse por otro que por el obispo. Porque los presbíteros, aunque ocupan el segundo lugar en el sacerdocio, no alcanzan, sin embargo, la cúspide del pontificado. Que este poder pontifical, es decir, el de confirmar y comunicar el Espíritu Paráclito, se debe a solos los obispos, no sólo lo demuestra la costumbre eclesiástica, sino también aquel pasaje de los Hechos de los Apóstoles, que nos asegura cómo Pedro y Juan se dirigieron para dar el Espíritu Santo a los que ya habían sido bautizados [cf. Act. 8, 14-17]. Porque a los presbíteros que bautizan, ora en ausencia, ora en presencia del obispo, les es licito ungir a los bautizados con el crisma, pero sólo si éste ha sido consagrado por el obispo; sin embargo, no les es licito signar la frente con el mismo óleo, lo cual corresponde exclusivamente a los obispos, cuando comunican el Espíritu Paráclito. Las palabras, empero, no puedo decirlas, no sea que parezca más bien que hago traición que no que respondo a la consulta.
Por todo lo anteriormente expuesto, no podemos dudar de la institución Sacramental de la Confirmación, de sus dones y de su realidad en el orden del desarrollo del cristiano. Y sin ser esencial para la salvación como lo es el bautismo, es esencial para la vida cristiana, para la vida testimonial. Si el bautismo nos hace Sacerdotes, Profetas y Reyes, es el Sacramento de la Confirmación donde recibimos los dones necesarios para cumplir era triple función.
Que Dios les bendiga
Bibliografía
[1] Cristina Cendoya, ¿Que es el Sacramento de la Confirmación? (Catholic.net )
[2] mercaba.org
[3] Enchiridion Symbolorum o Denzinger